lunes, 21 de septiembre de 2009

DESPERTAR: CAPITULO 6





26 de septiembre

Querido diario:

Lamento que haya pasado tanto tiempo, y en realidad no puedo explicar por qué no he escrito: excepto que hay muchísimas cosas de las que me da miedo hablar, incluso a ti.
Primero sucedió algo totalmente espantoso. El día que Bonnie, Meredith y yo estuvimos en el cementerio, atacaron a un anciano alli y casi lo matan. La policía todavía no ha encontrado a la persona que lo hizo, y la gente cree que el anciano estaba loco, porque cuando despertó empezó a delirar sobre «ojos en la oscuridad» y robles y cosas. Pero recuerdo lo que nos sucedió a nosotras esa noche y me hago preguntas. Me asusta.
Todo el mundo estuvo aterrorizado durante un tiempo, y todos los niños tuvieron que permanecer dentro de casa después de oscurecer o salir en grupos. Pero han pasado casi tres semanas ya sin más ataques, de modo que toda la conmoción va apagándose gradualmente. Tía Judith no puede entender el ataque. El padre de Tyler Smallwood incluso sugirió que el anciano podría habérselo hecho él mismo; aunque me gustaría ver cómo alguien se muerde a sí mismo en la garganta.
Pero con lo que he estado ocupada sobre todo es con el Plan B. Por el momento va bien. He recibido varias cartas y un ramo de rosas rojas de «Jean-Claude» (el tío de Meredith es florista), y todo el mundo parece haber olvidado que me sentí interesada en algún momento por Stefan. Así que mi posición social está segura. Ni siquiera Caroline ha causado problemas.
De hecho, no sé qué hace Caroline estos días, y no me importa. Ya nunca la veo a la hora del almuerzo ni después de clases; parece haberse distanciado por completo de su antiguo grupo.
Sólo hay una cosa que me importa en estos momentos, Stefan.
Ni siquiera Bonnie y Meredith se dan cuenta de lo vital que es para mí, y me da miedo decírselo; me temo que pensarían que estoy loca. En la escuela muestro una máscara de calma y autocontrol, pero interiormente..., bueno, sencillamente, cada día empeora.

Tía Judith ha empezado a preocuparse por mí. Dice que no como suficiente estos días, y tiene razón. Parezco incapaz de concentrarme en mis clases, ni en nada divertido, como lo de la Casa Encantada para recaudar fondos. No puedo concentrarme en nada que no sea él. Y ni siquiera comprendo el motivo.
No me ha dirigido la palabra desde aquella tarde horrible. Pero te contaré algo extraño. La semana pasada, durante la clase de historia alcé los ojos un momento y le pesqué mirándome. Estábamos sentados a unos cuantos asientos de distancia, y él estaba totalmente vuelto de lado en su pupitre, mirando. Por un momento me sentí casi asustada y mi corazón empezó a latir con fuerza, y simplemente nos quedamos mirándonos fijamente el uno al otro..., y luego él desvió la mirada. Pero desde entonces ha sucedido otras dos veces, y cada vez noté sus ojos puestos en mí antes de verlos. Es literalmente cierto. Sé que no es mi imaginación.
No se parece a ningún chico que haya conocido.
Parece tan aislado, tan solo... Aunque sea elección propia. Ha causado un gran impacto en el equipo de rugby, pero no anda por ahí con ninguno de los chicos, excepto tal vez con Matt. Matt es el único con el que habla. Tampoco sale con ninguna chica, que yo sepa, de modo que quizá el rumor de que es un agente de estupefacientes está funcionando. Pero es más probable que esté evitando a otras personas que no que ellas le eviten a él. Desaparece entre clases y tras los entrenamientos, y ni una sola vez le he visto en la cantina. Jamás ha invitado a nadie a su habitación en la casa de huéspedes. Nunca visita la cafetería después de las clases.
Así pues, ¿cómo voy a pescarle en algún lugar donde no pueda huir de mí? Éste es el auténtico problema que tiene el Plan B. Bonnie dice: «¿Por qué no quedarte atrapada con él en medio de una tormenta eléctrica, de modo que tengáis que acurrucaros juntos para mantener el calor corporal?». Y Meredith sugirió que mi coche se estropeara frente a la casa de huéspedes. Pero ninguna de esas ideas es práctica, y me estoy volviendo loca intentando pensar en algo mejor.
Cada día es peor para mí. Me siento como si fuera un reloj o algo parecido, con la cuerda a punto de saltar de tanto darle vueltas. Si no encuentro algo que poder hacer pronto, voy a...
Iba a decir «morir».

La solución se le ocurrió de un modo más bien repentino y sencillo.
Sentía lástima por Matt; sabía que se había sentido dolido por el rumor sobre Jean-Claude, pues apenas había hablado con ella desde que se supo la historia. Por lo general se limitaba a saludarla con un veloz movimiento de cabeza cuando se cruzaba en su camino. Y cuando tropezó con él un día en un pasillo vacio frente al aula de Escritura Creativa, el muchacho desvió la mirada.
—Matt... —empezó.
Quiso decirle que no era cierto, que nunca habría empezado a salir con otro chico sin decírselo a él primero. Quiso decirle que nunca había sido su intención herirle, y


Tía Judith ha empezado a preocuparse por mí. Dice que no como suficiente estos días, y tiene razón. Parezco incapaz de concentrarme en mis clases, ni en nada divertido, como lo de la Casa Encantada para recaudar fondos. No puedo concentrarme en nada que no sea él. Y ni siquiera comprendo el motivo.
No me ha dirigido la palabra desde aquella tarde horrible. Pero te contaré algo extraño. La semana pasada, durante la clase de historia alcé los ojos un momento y le pesqué mirándome. Estábamos sentados a unos cuantos asientos de distancia, y él estaba totalmente vuelto de lado en su pupitre, mirando. Por un momento me sentí casi asustada y mi corazón empezó a latir con fuerza, y simplemente nos quedamos mirándonos fijamente el uno al otro..., y luego él desvió la mirada. Pero desde entonces ha sucedido otras dos veces, y cada vez noté sus ojos puestos en mí antes de verlos. Es literalmente cierto. Sé que no es mi imaginación.
No se parece a ningún chico que haya conocido.
Parece tan aislado, tan solo... Aunque sea elección propia. Ha causado un gran impacto en el equipo de rugby, pero no anda por ahí con ninguno de los chicos, excepto tal vez con Matt. Matt es el único con el que habla. Tampoco sale con ninguna chica, que yo sepa, de modo que quizá el rumor de que es un agente de estupefacientes está funcionando. Pero es más probable que esté evitando a otras personas que no que ellas le eviten a él. Desaparece entre clases y tras los entrenamientos, y ni una sola vez le he visto en la cantina. Jamás ha invitado a nadie a su habitación en la casa de huéspedes. Nunca visita la cafetería después de las clases.
Así pues, ¿cómo voy a pescarle en algún lugar donde no pueda huir de mí? Éste es el auténtico problema que tiene el Plan B. Bonnie dice: «¿Por qué no quedarte atrapada con él en medio de una tormenta eléctrica, de modo que tengáis que acurrucaros juntos para mantener el calor corporal?». Y Meredith sugirió que mi coche se estropeara frente a la casa de huéspedes. Pero ninguna de esas ideas es práctica, y me estoy volviendo loca intentando pensar en algo mejor.
Cada día es peor para mí. Me siento como si fuera un reloj o algo parecido, con la cuerda a punto de saltar de tanto darle vueltas. Si no encuentro algo que poder hacer pronto, voy a...
Iba a decir «morir».

La solución se le ocurrió de un modo más bien repentino y sencillo.
Sentía lástima por Matt; sabía que se había sentido dolido por el rumor sobre Jean-Claude, pues apenas había hablado con ella desde que se supo la historia. Por lo general se limitaba a saludarla con un veloz movimiento de cabeza cuando se cruzaba en su camino. Y cuando tropezó con él un día en un pasillo vacio frente al aula de Escritura Creativa, el muchacho desvió la mirada.
—Matt... —empezó.
Quiso decirle que no era cierto, que nunca habría empezado a salir con otro chico sin decírselo a él primero. Quiso decirle que nunca había sido su intención herirle, y que se sentía fatal en aquellos momentos. Pero no sabía cómo empezar, así que finalmente se limitó a soltar: «¡Lo siento!», y se giró para entrar en el aula.
—Elena —dijo él, y ella dio media vuelta.
Ahora sí la miraba, con los ojos entreteniéndose en sus labios, sus cabellos. Luego meneó la cabeza como para indicar que le había gastado una buena jugarreta.
—¿Existe de verdad ese tipo francés? —inquirió finalmente.
—No —respondió ella al momento y sin vacilación—. Lo inventé —añadió con sencillez— para demostrar a todo el mundo que no estaba disgustada por... —Se interrumpió.
—Por lo de Stefan. Comprendo. —Matt asintió, mostrándose a la vez más sombrío y algo más comprensivo—. Pero no creo que te evite porque tenga algo personal contra ti. Es así con todo el mundo...
—Excepto contigo.
—No. Me habla a veces, pero no sobre nada personal. Nunca dice nada sobre su familia o lo que hace fuera del instituto. Es como... como si hubiera un muro a su alrededor que no puedo atravesar. No creo que jamás deje que nadie atraviese ese muro. Lo que es una condenada idiotez, porque creo que en realidad se siente desdichado.
Elena reflexionó sobre ello, fascinada por una visión de Stefan que no había considerado antes. Él siempre parecía tan controlado, tan calmado e imperturbable... Pero, por otra parte, sabía que ella también causaba esa impresión a otras personas. ¿Sería posible que en el fondo él se sintiera tan confuso e infeliz como ella?
Fue entonces cuando tuvo la idea, y era ridiculamente simple. Nada de ardides complicados, nada de tormentas eléctricas o coches que se averian.
—Matt —dijo despacio—, ¿no crees que sería una buena cosa si alguien consiguiera franquear ese muro? ¿Una buena cosa para Stefan, me refiero? ¿No crees que sería lo mejor que podría sucederle?
Alzó los ojos para mirarle intensamente, deseando que comprendiera.
El la miró fijamente un instante, luego cerró los ojos brevemente y sacudió la cabeza con incredulidad.
—Elena —dijo—, eres increíble. Haces bailar a la gente a tu son y no creo que te des cuenta siquiera de que lo haces. Y ahora vas a pedirme que haga algo para ayudarte a tenderle una emboscada a Stefan, y yo soy tan imbécil que podría incluso aceptar hacerlo.
—No eres un imbécil, eres un caballero. Y sí, quiero pedirte un favor, pero sólo si consideras que es correcto. No quiero hacerle daño a Stefan, y no quiero hacerte daño a ti.

Tía Judith ha empezado a preocuparse por mí. Dice que no como suficiente estos días, y tiene razón. Parezco incapaz de concentrarme en mis clases, ni en nada divertido, como lo de la Casa Encantada para recaudar fondos. No puedo concentrarme en nada que no sea él. Y ni siquiera comprendo el motivo.
No me ha dirigido la palabra desde aquella tarde horrible. Pero te contaré algo extraño. La semana pasada, durante la clase de historia alcé los ojos un momento y le pesqué mirándome. Estábamos sentados a unos cuantos asientos de distancia, y él estaba totalmente vuelto de lado en su pupitre, mirando. Por un momento me sentí casi asustada y mi corazón empezó a latir con fuerza, y simplemente nos quedamos mirándonos fijamente el uno al otro..., y luego él desvió la mirada. Pero desde entonces ha sucedido otras dos veces, y cada vez noté sus ojos puestos en mí antes de verlos. Es literalmente cierto. Sé que no es mi imaginación.
No se parece a ningún chico que haya conocido.
Parece tan aislado, tan solo... Aunque sea elección propia. Ha causado un gran impacto en el equipo de rugby, pero no anda por ahí con ninguno de los chicos, excepto tal vez con Matt. Matt es el único con el que habla. Tampoco sale con ninguna chica, que yo sepa, de modo que quizá el rumor de que es un agente de estupefacientes está funcionando. Pero es más probable que esté evitando a otras personas que no que ellas le eviten a él. Desaparece entre clases y tras los entrenamientos, y ni una sola vez le he visto en la cantina. Jamás ha invitado a nadie a su habitación en la casa de huéspedes. Nunca visita la cafetería después de las clases.
Así pues, ¿cómo voy a pescarle en algún lugar donde no pueda huir de mí? Éste es el auténtico problema que tiene el Plan B. Bonnie dice: «¿Por qué no quedarte atrapada con él en medio de una tormenta eléctrica, de modo que tengáis que acurrucaros juntos para mantener el calor corporal?». Y Meredith sugirió que mi coche se estropeara frente a la casa de huéspedes. Pero ninguna de esas ideas es práctica, y me estoy volviendo loca intentando pensar en algo mejor.
Cada día es peor para mí. Me siento como si fuera un reloj o algo parecido, con la cuerda a punto de saltar de tanto darle vueltas. Si no encuentro algo que poder hacer pronto, voy a...
Iba a decir «morir».

La solución se le ocurrió de un modo más bien repentino y sencillo.
Sentía lástima por Matt; sabía que se había sentido dolido por el rumor sobre Jean-Claude, pues apenas había hablado con ella desde que se supo la historia. Por lo general se limitaba a saludarla con un veloz movimiento de cabeza cuando se cruzaba en su camino. Y cuando tropezó con él un día en un pasillo vacio frente al aula de Escritura Creativa, el muchacho desvió la mirada.
—Matt... —empezó.
Quiso decirle que no era cierto, que nunca habría empezado a salir con otro chico sin decírselo a él primero. Quiso decirle que nunca había sido su intención herirle, y que se sentía fatal en aquellos momentos. Pero no sabía cómo empezar, así que finalmente se limitó a soltar: «¡Lo siento!», y se giró para entrar en el aula.
—Elena —dijo él, y ella dio media vuelta.
Ahora sí la miraba, con los ojos entreteniéndose en sus labios, sus cabellos. Luego meneó la cabeza como para indicar que le había gastado una buena jugarreta.
—¿Existe de verdad ese tipo francés? —inquirió finalmente.
—No —respondió ella al momento y sin vacilación—. Lo inventé —añadió con sencillez— para demostrar a todo el mundo que no estaba disgustada por... —Se interrumpió.
—Por lo de Stefan. Comprendo. —Matt asintió, mostrándose a la vez más sombrío y algo más comprensivo—. Pero no creo que te evite porque tenga algo personal contra ti. Es así con todo el mundo...
—Excepto contigo.
—No. Me habla a veces, pero no sobre nada personal. Nunca dice nada sobre su familia o lo que hace fuera del instituto. Es como... como si hubiera un muro a su alrededor que no puedo atravesar. No creo que jamás deje que nadie atraviese ese muro. Lo que es una condenada idiotez, porque creo que en realidad se siente desdichado.
Elena reflexionó sobre ello, fascinada por una visión de Stefan que no había considerado antes. Él siempre parecía tan controlado, tan calmado e imperturbable... Pero, por otra parte, sabía que ella también causaba esa impresión a otras personas. ¿Sería posible que en el fondo él se sintiera tan confuso e infeliz como ella?
Fue entonces cuando tuvo la idea, y era ridiculamente simple. Nada de ardides complicados, nada de tormentas eléctricas o coches que se averian.
—Matt —dijo despacio—, ¿no crees que sería una buena cosa si alguien consiguiera franquear ese muro? ¿Una buena cosa para Stefan, me refiero? ¿No crees que sería lo mejor que podría sucederle?
Alzó los ojos para mirarle intensamente, deseando que comprendiera.
El la miró fijamente un instante, luego cerró los ojos brevemente y sacudió la cabeza con incredulidad.
—Elena —dijo—, eres increíble. Haces bailar a la gente a tu son y no creo que te des cuenta siquiera de que lo haces. Y ahora vas a pedirme que haga algo para ayudarte a tenderle una emboscada a Stefan, y yo soy tan imbécil que podría incluso aceptar hacerlo.
—No eres un imbécil, eres un caballero. Y sí, quiero pedirte un favor, pero sólo si consideras que es correcto. No quiero hacerle daño a Stefan, y no quiero hacerte daño a ti.
—¿No quieres?
—Claro que no. Ya sé cómo debe de sonar eso, pero es cierto. Sólo quiero... —Volvió a interrumpirse; ¿cómo podía explicar lo que quería cuando ni siquiera lo comprendía ella misma?
—Sólo quieres que todo el mundo y todo giren alrededor de Elena Gilbert —repuso él con amargura—. Únicamente quieres todo lo que no tienes.
Horrorizada, retrocedió y le miró. Sintió un nudo en la garganta y sus ojos se llenaron de lágrimas ardientes.
—No lo hagas —dijo él—. Elena, no pongas esa expresión. Lo siento. —Suspiró—. De acuerdo, ¿qué es lo que se supone que debo hacer? ¿Atarlo de pies y manos y arrojarlo ante tu puerta?
—No —respondió ella, intentando aún obligar a las lágrimas a regresar a su lugar de origen—. Sólo quería que consiguieras que acudiera al baile de inicio de curso de la semana próxima.
Matt mostró una expresión curiosa.
—Sólo quieres que esté en el baile.
Elena asintió.
—De acuerdo. Estoy seguro de que estará allí. Y, Elena... a mí no me apetece llevar a nadie más que a ti.
—De acuerdo —respondió ella tras unos instantes—. Y, bueno, gracias.
La expresión de Matt seguía siendo peculiar.
—No me des las gracias, Elena. No es nada... en realidad.
La muchacha seguía intentando comprender aquella expresión cuando él dio media vuelta y se alejó por el pasillo.

—Quédate quieta —dijo Meredith, dando al cabello de Elena un tirón reprobatorio.
—Sigo pensando —comentó Bonnie desde el banco situado al pie de la ventana— que los dos fueron maravillosos.
—¿Quiénes? —murmuró Elena distraídamente.
—Como si no lo supieras —dijo Bonnie—. Esos dos chicos tuyos que consiguieron un milagro de última hora en el partido de ayer. Cuando Stefan atrapó ese último pase, pensé que iba a desmayarme. O a vomitar.
—Vamos, por favor —intervino Meredith.

—Y Matt... Ese chico es simplemente poesía en movimiento...
—Y ninguno de ellos es mío —declaró Elena, categórica.
Bajo los dedos expertos de Meredith, sus cabellos se estaban convirtiendo en una obra de arte, una suave masa de oro ensortijado. Y el vestido era perfecto; el pálido tono violeta resaltaba el color de sus ojos. Pero incluso para sus adentros se veía con un aspecto pálido y férreo, no suavemente sonrojado por la emoción, sino blanco y decidido, como un soldado jovencísimo al que envían a primera línea del frente.
De pie en el campo de rugby, el día anterior, cuando anunciaron su nombre como Reina de la Fiesta de Inicio de Curso, sólo había tenido una idea en la cabeza. Él no podría negarse a bailar con ella. Si es que aparecía en el baile, no podía rechazar a la Reina del Baile. Y de pie ante el espejo en aquellos momentos, volvió a repetírselo a sí misma.
—Esta noche tendrás a todo aquel que desees —decía Bonnie en tono tranquilizador—. Y, escucha, cuando te deshagas de Matt, ¿puedo llevármelo y consolarlo?
—¿Qué pensará Raymond? —inquirió Meredith con un resoplido.
—Bueno, tú puedes consolarlo a él. Pero, realmente, Elena, me gusta Matt. Y una vez que te centres en Stefan, tu grupito de tres va a resultar un poco abarrotado. Así que...
—Como quieras. Matt merece un poco de consideración.
«Desde luego, no la está obteniendo de mí», pensó Elena, que todavía no podía creer lo que le estaba haciendo. Pero precisamente en aquellos momentos no podía permitirse cuestionarse a sí misma; necesitaba toda su energía y concentración.
—Ya está. —Meredith colocó el último pasador en el cabello de Elena—. Ahora, miradnos: la Reina del Baile de Inicio de Curso y su corte..., o parte de ella al menos. Nos estamos guapísimas.
—¿Es ése el «nos» mayestático? —preguntó Elena en tono burlón, pero era cierto.
Estaban guapísimas. El vestido de Meredith era de un majestuoso raso color burdeos, muy ceñido a la cintura y que se desplegaba en forma de pliegues desde las caderas. Llevaba la oscura melena suelta sobre la espalda. Y Bonnie, cuando se levantó y fue a reunirse con sus amigas frente al espejo, era como una resplandeciente muñequita en tafetán rosa y lentejuelas negras.
En cuanto a ella misma... Elena escudriñó su imagen con ojo experto y volvió a pensar: «El vestido está bien». La única otra frase que le vino a la mente fue violetas escarchadas. Su abuela había tenido un tarro de ellas, flores auténticas sumergidas en azúcar cristalizado y congeladas.

Bajaron la escalera juntas, como habían hecho para cada baile desde séptimo curso; sólo que antes Caroline siempre las había acompañado. Elena reparó con vaga sorpresa en que ni siquiera sabía con quién iba a ir Caroline esa noche.
Tía Judith y Robert —que pronto sería tío Robert— estaban en la sala de estar con Margaret, que tenía puesto su pijama.
—Chicas, estáis preciosas —dijo tía Judith, agitada y nerviosa como si ella misma fuera al baile.
Besó a Elena y Margaret alzó los brazos para abrazarla.
—Estás muy bonita —dijo con la sencillez de sus cuatro años.
También Robert contemplaba a Elena. Pestañeó, abrió la boca y volvió a cerrarla.
—¿Qué sucede, Bob?
—Ah —miró a tía Judith con aspecto turbado—. Bueno, en realidad se me acaba de ocurrir que Elena es una forma del nombre Helen. Pero ella lo escribe Elena, y por algún motivo pensé en otra Elena, en Elena de Troya.
—Hermosa y predestinada a morir —dijo Bonnie alegremente.
—Bueno, sí —repuso Robert, que no parecía nada alegre.
Elena no dijo nada.
Sonó el timbre de la puerta. Matt estaba en la entrada, con su acostumbrada chaqueta deportiva azul. Con él iban Ed Goff, el acompañante de Meredith, y Raymond Hernández, el de Bonnie. Elena buscó a Stefan.
—Probablemente ya esté allí —dijo Matt, interpretando su veloz mirada—. Escucha, Elena —Pero lo que fuera que estaba a punto de decir quedó interrumpido en medio de la charla de las otras parejas. Bonnie y Raymond fueron con ellos en el coche de Matt, y no dejaron de intercambiar agudezas durante todo el trayecto hasta el instituto.
La música salía al exterior por las puertas abiertas del auditorio. En cuanto abandonó el coche, una curiosa certeza embargó a Elena. Algo iba a suceder, comprendió, contemplando la masa cuadrada del edificio del instituto. La tranquila primera velocidad de las últimas semanas estaba a punto de pasar a la marcha directa.
Estoy lista, se dijo. Y esperó que fuera cierto.
Dentro, todo era un caleidoscopio de color y actividad. Matt y ella se vieron asediados en cuanto entraron, y a ambos les cayó una lluvia de cumplidos. El vestido de Elena... su cabello... sus flores. Matt era una leyenda en potencia: otro Joe Montana, una apuesta segura para una beca deportiva.
En el vertiginoso remolino que debería haberlo sido todo para ella, Elena no dejaba de buscar una cabeza morena.

Tyler Smallwood respiraba pesadamente sobre ella, oliendo a ponche y a chicle de menta, mientras su acompañante lucía una expresión asesina. Elena hizo caso omiso de él con la esperanza de que la dejara en paz.
El señor Tanner pasó ante ellos con un empapado vaso de papel y aspecto de estar siendo estrangulado por el cuello de su camisa. Sue Carson, la otra princesa de último curso de la fiesta, se acercó veloz y empezó a alabar su vestido. Bonnie estaba ya en la pista de baile, brillando bajo las luces. Pero Elena no vio a Stefan por ninguna parte.
Otra vaharada más de chicle de menta y vomitaría. Dio un codazo a Matt y huyeron a la mesa de los refrescos, donde el entrenador Lyman se lanzó a hacer un estudio crítico del partido. Parejas y grupos se acercaban a ellos, se quedaban unos pocos minutos y luego se retiraban para dejar sitio a los que aguardaban tanda. «Igual que si realmente fuéramos de la realeza», pensó Elena entusiasmada. Miró de soslayo para ver si Matt compartía su regocijo, pero él tenía la mirada fija a su izquierda.
Ella siguió su mirada. Y allí, medio oculta tras un grupo de jugadores de rugby, estaba la cabeza oscura que había estado buscando. Inconfundible, incluso bajo aquella tenue luz. Un estremecimiento la recorrió, más de dolor que de otra cosa.
—¿Ahora qué? —preguntó Matt con expresión dura—. ¿Lo ato de pies y manos?
—No; voy a pedirle que baile conmigo, eso es todo. Aguardaré hasta que nosotros hayamos bailado primero, si quieres.
Él negó con la cabeza, y ella marchó en dirección a Stefan por entre la multitud.
Pieza a pieza, Elena fue registrando información sobre él mientras se aproximaba. Su americana negra tenía un corte sutilmente distinto del de las que llevaban los otros muchachos, más elegante, y llevaba un suéter de cachemir blanco debajo de ella. Se mantenía muy quieto, un poco apartado de los grupos que lo rodeaban. Y, aunque sólo podía verle de perfil, reparó en que no llevaba puestas las gafas de sol.
Se las quitaba para jugar al rugby, desde luego, pero ella nunca le había visto de cerca sin ellas. Aquello la hizo sentir mareada y emocionada, como si aquél fuera un baile de disfraces y hubiese llegado el momento de quitarse las máscaras. Se concentró en su hombro, en la línea de la mandíbula, y entonces él empezó a volverse hacia ella.
En ese instante, Elena se dio cuenta de que era hermosa. No era sólo el vestido o el modo en que llevaba peinados los cabellos. Era hermosa en sí misma: esbelta, imperial, un objeto hecho de seda y fuego interior. Vio que los labios de él se abrían ligeramente, de forma refleja, y entonces alzó la vista para mirarle a los ojos.
—Hola.

¿Era ésa su propia voz, tan sosegada y segura de sí misma? Él tenía los ojos verdes. Verdes como hojas de roble en verano.
—¿Lo pasas bien? —preguntó.
«Lo hago ahora». Él no lo dijo, pero ella supo que era lo que pensaba; lo veía en el modo en que la miraba fijamente. Jamás había estado tan segura de su poder. Excepto que en realidad no tenía el aspecto de estarlo pasando bien; parecía acongojado, lleno de dolor, como si no pudiera soportar ni un minuto más aquello.
La banda empezaba a tocar un baile lento. Él seguía contemplándola fijamente, empapándose de ella. Aquellos ojos verdes oscureciéndose, volviéndose negros de deseo... Tuvo la repentina sensación de que podría acercarla a él bruscamente y besarla con fuerza, sin decir ni una palabra en ningún momento.
—¿Te gustaría bailar? —preguntó en voz baja.
«Estoy jugando con fuego, con algo que no comprendo», pensó de repente. Y en ese momento se dio cuenta de que estaba asustada. Su corazón empezó a latir violentamente. Era como si aquellos ojos verdes hablaran a alguna parte de ella que estaba enterrada muy por debajo de la superficie y aquella parte le gritara «peligro». Algún instinto más antiguo que la civilización le decía que corriera, que huyera.
No se movió. La misma fuerza que la aterraba la mantenía allí. Aquello estaba fuera de control, se dijo de improviso. Lo que sucedía allí, fuera lo que fuera, escapaba a su comprensión, no era nada normal ni cuerdo. Pero ya no se podía parar, e incluso aterrorizada disfrutaba con ello. Era el momento más intenso que había experimentado con un muchacho, pero no estaba sucediendo nada en absoluto; él se limitaba a contemplarla, como hipnotizado, y ella le devolvía la mirada, mientras la energía brillaba entre ellos como un rayo calorífico. Vio que sus ojos se oscurecían, derrotados, y sintió el salvaje salto de su propio corazón cuando él le tendió lentamente una mano.
Y entonces todo se hizo añicos.
—Vaya, Elena, qué encantadora estás —dijo una voz, y la visión de Elena quedó deslumbrada por reflejos dorados.
Era Caroline, los cabellos castaño rojizos intensos y lustrosos y la piel luciendo un bronceado perfecto. Llevaba un vestido confeccionado totalmente en lame dorado que mostraba una increíblemente osada extensión de aquella piel perfecta. Deslizó un brazo desnudo alrededor del de Stefan y le sonrió con indolencia. Resultaban deslumbrantes juntos, como una pareja de modelos internacionales que va a divertirse a un baile de escuela secundaria, mucho más glamurosos y sofisticados que cualquier otra persona en la sala.
—Y ese vestidito es tan mono... —prosiguió Caroline, mientras la mente de Elena seguía funcionando en automático.

Aquel brazo informalmente posesivo unido al de Stefan se lo decía todo: dónde había estado Caroline a la hora del almuerzo aquellas últimas semanas, qué había estado tramando durante todo aquel tiempo.
—Le dije a Stefan que sencillamente teníamos que pasarnos por aquí un momento, pero no vamos a quedarnos mucho tiempo. Así que no te importará que me lo quede para los bailes, ¿verdad?
Elena estaba extrañamente tranquila ahora, su mente era un vacío zumbante. Respondió que no, que desde luego no le importaba, y contempló cómo Caroline se alejaba, una sinfonía en castaño rojizo y oro. Stefan se marchó con ella.
Había un círculo de rostros alrededor de Elena; les dio la espalda y se topó con Matt.
—Sabías que venía con ella.
—Sabía que ella quería que lo hiciera. Le ha estado siguiendo por todas partes a la hora del almuerzo y después de clase, e imponiéndole más o menos su presencia. Pero...
—Ya veo.
Sumida aún en aquella curiosa calma artificial, escudriñó la multitud y vio a Bonnie que iba hacia ella, y a Meredith abandonando su mesa. Lo habían visto, entonces. Probablemente todo el mundo lo había visto. Sin una palabra a Matt, fue hacia ellas, encaminándose instintivamente hacia el baño de las chicas.
Estaba abarrotado de cuerpos femeninos, y Meredith y Bonnie mantuvieron sus comentarios alegres y superficiales mientras la miraban con preocupación.
—¿Viste ese vestido? —dijo Bonnie, oprimiendo los dedos de Elena a escondidas—. La parte delantera debe de estar sujeta con cola de contacto. Y ¿qué se pondrá para el siguiente baile? ¿Celofán?
—Film transparente de envolver —repuso Meredith, y añadió en voz baja—: ¿Estás bien?
—Sí.
Elena pudo ver en el espejo que sus ojos estaban demasiado brillantes y que había una mancha de color ardiendo en cada mejilla. Se arregló los cabellos y se apartó.
La habitación se vació dejándolas a solas. Bonnie jugueteaba nerviosamente con el lazo de lentejuelas de su cintura.
—Quizá no sea tan mala cosa después de todo —dijo con calma—. Me refiero a que no has pensado en otra cosa que no fuera él durante semanas. Casi un mes. Y así tal vez sea para bien, y tú puedas dedicarte a otras cosas ahora, en lugar de..., bueno, perseguirle.
«¿También tú, Bruto?», pensó Elena.

—Muchas gracias por tu apoyo —dijo en voz alta.
—Vamos, Elena, no seas así —intervino Meredith—. No intenta herirte, sólo piensa que...
—Y supongo que tú también lo piensas. Bueno, eso es estupendo. Sencillamente saldré y me buscaré otras cosas a las que dedicarme. Como otras mejores amigas.
Las dejó a ambas contemplándola atónitas mientras se alejaba.
Fuera, se arrojó al remolino de color y música. Se mostró más radiante de lo que había estado nunca en ningún baile. Bailó con todo el mundo, riendo en una voz demasiado alta, coqueteando con todos los chicos que se cruzaban en su camino.
La llamaron para que subiera y la coronaran, y permaneció de pie sobre el escenario, contemplando a las figuras multicolores del suelo. Alguien le entregó unas flores; alguien colocó una diadema en su cabeza. Sonaron aplausos. Todo transcurrió como en un sueño.
Coqueteó con Tyler porque era quien estaba más cerca cuando descendió del escenario. Luego recordó lo que él y Dick le habían hecho a Stefan y extrajo una de las rosas del ramo y se la dio. Matt observaba desde la barrera, con los labios apretados. La olvidada acompañante de Tyler estaba casi hecha un mar de lágrimas.
Elena olió alcohol mezclado con menta en el aliento de Tyler, y vio que el muchacho tenía el rostro colorado. Sus amigos la rodeaban, una pandilla que chillaba y reía a carcajadas, y vio que Dick vertía algo de una bolsa de papel marrón en su vaso de ponche.
Nunca antes había estado con aquel grupo, y éste la recibió con una calurosa acogida, admirándola, los muchachos disputándose su atención. Los chistes volaban de un lado a otro, y Elena reía incluso cuando no tenían sentido. El brazo de Tyler le rodeó la cintura, y ella se limitó a reír aún más. Con el rabillo del ojo vio que Matt meneaba la cabeza y se alejaba. Las chicas empezaban a mostrarse estridentes, los muchachos alborotadores. Tyler le besuqueaba el cuello.
—Tengo una idea —anunció éste al grupo, abrazando a Elena con más fuerza contra él—. Vayamos a algún lugar más divertido.
Alguien chilló:
—¿Adonde, Tyler? ¿A casa de tu padre?
Tyler sonreía de oreja a oreja, una sonrisa borracha y temeraria.
—No, me refiero a alguna parte donde podamos dejar nuestra marca. Como el cementerio.
Las chicas lanzaron grititos, los chicos se dieron codazos entre sí y fingidos puñetazos.
La acompañante de Tyler seguía allí de pie, fuera del círculo.

—Tyler, eso es una locura —dijo con voz aguda y débil—. Ya sabes lo que le sucedió a aquel viejo. No iré allí.
—Estupendo, entonces quédate aquí. —Tyler sacó unas llaves del bolsillo y las agitó frente al resto de la pandilla—. ¿Quién no tiene miedo? —preguntó.
—Eh, yo estoy dispuesto a ir —dijo Dick, y se escuchó un coro de aprobación.
—Yo, también —dijo Elena con voz clara y desafiante.
Dedicó una sonrisa a Tyler, y éste prácticamente la cogió en volandas.
Y acto seguido ella y Tyler conducían ya a un ruidoso y alborotador grupo a la zona de aparcamiento, donde todos se amontonaron en coches. Y luego Tyler bajó la capota de su descapotable y ella se introdujo en el coche, con Dick y una chica llamada Vickie Bennett apretujándose en el asiento trasero.
—¡Elena! —gritó alguien, muy lejos, desde la entrada iluminada de la escuela.
—Conduce —le dijo a Tyler quitándose la diadema, y el motor se puso en marcha.
Arrancaron dejando las marcas de los neumáticos en el suelo del aparcamiento, y el frío viento nocturno azotó el rostro de Elena.

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